16.2.16

Escribir lo cotidiano. Día 35/100

Con su claridad infinita llega de repente la muerte. Tajante espejo de lo real, a poner todo de nuevo en perspectiva. No para siempre aquí. No para siempre aquí.
En casa, A. preguntó y quiso saberlo todo. R. le dijo que su abuelito entregó su cuerpo. "Ah, entonces el cuerpo es como una nave?", dijo abriendo más sus ojos brillantes. "Me gustaría darle un beso". Así: natural, sin pena.
La muerte es la gran pintora de la vida. Llega a darle matices, nadie sale ileso. Sacude, detiene, oprime, libera. Le da forma a los espacios y hace emerger los huecos, los lugares vacíos que llenamos con una foto para no notar tanto que ya no escucharemos esa voz y que tal vez la vida cotidiana le vaya a borrar matices a su cara en el recuerdo.
Lo que queda es un gracias y una realidad movida, pero más clara. Gracias, Roberto, por su existencia infinita, por enseñarme con su partida que la vida es un momento que es al mismo tiempo hondo y único. Somos ramas que crecemos y continuamos el árbol.