1.8.17

Apuntes autobiográficos (2007)


En el 2007, a solicitud de Rafael Rodríguez, quien entonces iniciaba su editorial Artificios, escribí un texto en el que la idea era que hiciera una aproximación a por qué escribo y cómo ha sido este proceso. El texto se publicó en un libro junto a los textos de Elba Cortez y de Elizabeth Cazessús. No recuerdo el nombre del libro, pero sí la experiencia de hacer un recuento. En ese tiempo estaba cerrando un ciclo de 6 años como reportera y mi paso fugaz como editora de Cultura por unos meses que se volvieron casi dos años. Desde ahí hilé momentos importantes en mi proceso de escritura hasta entonces.
De entonces a la fecha mucho ha sucedido. Diez años y tantas vivencias que podrían continuar el relato.
Por ahora, va el texto que titulé "Desde aquí".
Diez años después el azar sigue siendo un animal agazapado.




Desde aquí
Por Paty Blake

Por la metáfora reconciliar
gente y piedras.
Componer. (No ideas:
cosas) Inventa!
Saxífraga es mi flor y abre
rocas.
“A manera de canción”, William Carlos Williams

I
            No puedo bajarme de la cama. Abajo hay una víbora venenosa. No sé cómo pero lo sé. Hace ya unos cinco minutos que estoy despierta.  Despierta e inmóvil a las diez de la mañana. Respiro con dificultad y trato de gritarle a mi mamá. Pero no me sale la voz. Quiero gritar y que se escuche hasta la cocina. Que venga por mí.  Que venga pero con cuidado porque bajo mi cama está la serpiente, la que me persiguió toda la noche por terrenos baldíos y calles.  Con cuidado, porque si alguien se mueve bruscamente se puede asustar e inyectar su mortal veneno. 
En la película del otro día el vaquero se alejó sigilosamente del demonio hecho animal que amenazaba a la heroína. Sí, eso debe funcionar.
—No te muevas, princesa— dijo con sílabas entrecortadas.
            —¡Ahh!
La muchacha gritona de la película no vivió para seguirlo gritando; murió instantáneamente.  Sin esos gritos se hubiera salvado, como el vaquero.  Por eso pienso que es mejor no moverme.  Y aunque quisiera, no puedo. Lo que sea, está bien, así no asusto al animal.
—¡Mamá! Vino Doña Rafa a dejarte las llaves del taller, están en la barrita.
—Si, ya las ví.  Ahorita vengo, voy a la tienda.  Y ya despierta a tu hermana porque vamos a ir al sobreruedas cuando regrese.
Oigo que me llaman y no puedo moverme. Sólo quiero que se escurra la víbora, que corra como en la noche, rápido, como mi hermana en bicicleta.

II
            En ese tiempo, las palabras me encontraron. Semidormida, literalmente. La voz de mi papá llegaba de pronto a leerme lo que para él eran líneas perfectas. En ese tiempo la literatura no existía: realidad y fantasía eran eslabones que permitían imaginar el mundo. Leer era escuchar, detener con la maraña del sueño las palabras entre las 10 de la noche y el amanecer, que llegaba ajetreado para ponerme el uniforme e ir a la escuela. 
            Leer era antes de dormir, era la puerta a otros lugares. Escuchaba su voz y el sonido de las páginas cada vez más delgado, mientras mis ojos se cerraban entre un olor a sábanas limpias y a luz apagada. La voz ronca y pausada de mi papá se alejaba en un blanco parpadeo, eran las orillas de un mundo al que accesaba de noche, lleno de lazos invisibles que salían de las páginas y se unían con mi cabello.           Después supe que ese libro era “Pedro Páramo” y supe quién era Juan Rulfo. Así conocí lo que podía suceder en el cuerpo al describir el sol, los lugares que surgían construidos con sonidos de garganta adormilada. Las imágenes eran gotas que se filtraban hacia los lugares a los que uno va cuando duerme.
—“...Ibas teñida de rojo con el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo...¿Te das cuenta?. ¡Qué imagen más bella!”— decía mi papá con esa voz con la que se dicen las verdades y que se fue quedando cada noche en granos entre las pestañas de mi sueño.
—“Pero, ¿cómo es un crepúsculo ensangrentado?”— siempre había algo más qué preguntar, algo más qué descubrir.
—“Así: como lo imaginas”, y sus facciones se contraían dejando Comala en las orillas de mi cama, en el mismo lugar en que vi rostros que jamás he vuelto a ver.

III
            El camino a Las Palmitas es divertido.  Me gusta cómo se ve la tierra, toda agrietada cuando se secan los charcos.  Se hacen como pequeñas cazuelitas de tierra, curveadas como si alguien las hubiera moldeado.  Mis pasos o las agrietan más o se hunden en el lodo que hay debajo; nunca se sabe hasta que se pisa.  El otro día oí que mi papá andaba organizando a los vecinos para que pavimentaran la calle.  Yo la prefiero así.  Creo que Don Miguel y su vecino también la prefieren así, porque no quieren cooperar.  Tal vez también les gustan los charcos.
La chinita que atiende Las palmitas es muy amable y risueña.  No sé como se llama, pero mi papá y yo le decimos “La Chinita”.  A los dos nos cae bien.  Cuando vengo a comprar leche o sodas o pan me gusta oirla hablar, porque no le entiendo.

IV
            Salir en las mañanas, abrir la reja rugosa que se atoraba; salir e imaginar otra vez el mundo. Aprender que en época de lluvia la humedad hace rechinar las bisagras y que, después de unos días, la tierra de la calle absorbe el agua dejando cazuelitas agrietadas a mi paso rumbo a la tienda de la esquina.
            Cumplir siete años. Abrír uno de los regalos: un cuaderno diferente, de cabos sueltos. Ahora las palabras tiran de ese lazo que une las orillas de las cosas.

Dibujo 
una niña
con mirada de 300 años
pide que amanezca

el sol y su historia
son una página
inconclusa

: ella juega a escribirla
 
V
            Cruzar la calle es sencillo cuando se tienen doce años. Dar pasos entre la gente que camina y escuchar sus voces diversas que se unen en lo cotidiano de un día de escuela. ¿Qué diría esa señora de cabello corto y manos delgadas si le pidiera que me cuente una historia? ¿Cuántas paradas de autobús recorrería encontrando puertas, jalando hilos de esta red sin bordes?.
            Entonces tenía un diario. Un Querido Diario, como “Betty”, la de Archie. Yo no era güera ni tenía un novio pelirrojo, pero sí un diario en el que no escribía diario, pero que para entonces ya se había convertido en mi compañía. Vida y palabras eran lo mismo, bastaban unos trazos y se abría la puerta.

VI
            Las palabras siguieron representando mi vida cotidiana, por medio de los cuentos que escribía, hasta que las conocí liberadas en la poesía. Cada semana el poeta Gilberto Zúñiga nos recibía en su estudio a un grupo de jóvenes que estábamos descubriendo la magia del lenguaje. Ahí conocí a Fernando Pessoa, Luis Cernuda, T.S. Elliot y William Carlos Williams, quienes me abrieron la puerta hacia ese mundo.
            Pero ¿qué podía decir yo? El ejercicio de escribir me lo contestaba cada vez. Siempre había algo que surgía en el momento mismo de la escritura. Las ideas se acomodaban, tomaban sus propios rumbos, mientras avanzaba la pluma. Escribir fue, cada vez más, conocer, experimentar, revelar. Como en un juego de muñecas rusas, abrir un mundo para entrar en otro que contiene otros.
            En ese tiempo los miembros del entonces Taller de Poesía de la Universidad Autónoma de Baja California organizábamos lecturas constantemente. Mostrar ante otros lo que escribíamos era también parte del proceso de asumir la propia voz. Reconocerse y reconocer a otros tenía algo de sorprendente.
            Durante un tiempo fui la única mujer dentro del grupo y eso no hacía ninguna diferencia. Nuestra búsqueda era del lenguaje hacia adentro. Entré por la poesía hacia el fondo, y afuera se iban quedando los géneros. Tanto los masculino y femenino, como los literarios. Desde ese lugar, las palabras tomaban vida y ya no eran la descripción literal de este mundo o de lo que yo imaginaba, sino una combinación a veces incomprensible, pero verdadera. Ingredientes a veces predeterminados reaccionan de forma sorprendente cuando la página se convierte en un laboratorio de magia.

VII
            La poesía me llevó también al periodismo, ese campo minado del lenguaje. Supe de la astucia que se requiere para atravesarlo, de la infinidad de historias de exploradores caídos en el intento. Del desierto árido y de los espejismos que podían perder al más lúcido. Vi ese lugar como una nueva puerta hacia otro rumbo de las palabras, un lado oscuro de la personalidad de esas que para entonces ya había asumido como mis herramientas. Había que entrar con cuidado: “La palabra no se pone al servicio de nada, y en el periodismo lo que importan son las interpretaciones de lo que se creen que son los hechos”. ¿Era tan malo ese desierto que me llamaba? No podía saberlo con certeza después de tantas advertencias. Sólo había una forma de saberlo y yo iba a probarla.

VIII
“El árbol” llegó de pronto. Ya existía, pero yo no lo había visto. Lo encontré de pronto entre mis cuadernos. Gilberto Licona, de la Editorial Existir, me insistía que ya era momento de publicar. Al organizar los textos, fue evidente para mí que el poema “El árbol” representaba mucho de lo que quería decir; que “Un hombre fuma su cansancio”, representaba cómo lo quería decir; y que “Sesuda conclusión”, representaba la parte que en mí siempre se divierte.
El proceso fue enriquecedor y emocionante. Revisar, ir a la imprenta, ver el futuro libro en resmas de hojas, compaginar y engrapar. Repartirlo y dejarlo ser. Acercarme por primera vez a gente desconocida que habían transitado ese pasadizo que yo había lanzado abierto. Conocer a otras personas que también se aventuraban a realizar el ejercicio de fe que es la escritura. Otra vez estaban ahí los lazos visibles e invisibles. El libro llegaba a donde yo no y entonces supe que eso que había escrito ya pertenecía a otros.
            Junto con la publicación vinieron innumerables lecturas públicas: más de 20 en unos meses. Reconocerme a mí misma ante otros no era fácil; ni entonces ni ahora. Luego vi lo que eso podía lograr: Basta que alguien se abra para que alrededor sucedan las más tenues transformaciones, esas que suceden adentro de las cosas.

Un hombre fuma su cansancio

Un hombre fuma su cansancio
bien entrada la noche
lejos de la calle, de sí mismo

una barra sostiene la cerveza
su recuerdo
el tedio
amarrado en los ojos
fuma
se arrepiente
de su almohada fría
de las arrugas en sus manos
y del silencio
denso humo

se rasca la cabeza
un trago y sonríe
con la sonrisa grande
de los que beben
la hora feliz
hasta el fondo de los vasos

fuma su cansancio
se consumen sus ganas

sus brazos

lejos

el choque de los vasos
la cita
el sombrero

algo se despega del cuerpo

para esas cenizas no hay cenicero

IX
            Cuando pensaba que la locura estaba en otra parte, conocí el periodismo desde dentro. Aunque ya algunos acercamientos había tenido como colaboradora, no había vivido ese mundo exótico que me sigue sorprendiendo. Mis mayores miedos personificados en procesos de trabajo, en ángulos “noticiosos”, en conseguir información de hoy para ayer.         Todo era nuevo, desde las ruedas de prensa hasta las famosas entrevistas “de banqueta”. Tenía a mi favor que me gustaba escribir y redactar; en mi contra, que nunca había escrito más de mil palabras en un días, sobre cuatro diferentes temas, aunque ahora lo haría diariamente. Conseguir la declaración de un funcionario sobre huelgas de maestros o epidemias de varicela en las guarderías sería cosa de todos los días.
            Cubría temas de educación, salud, temas comunitarios y un día a semana la famosa “guardia”, que es un tiempo extra de trabajo en el que de las 5 de la tarde hasta el cierre de edición, un reportero se encarga de hacer la cobertura de lo que salga. Podría sonar como algo sencillo, pero en Tijuana cubrir “lo que salga” puede ser desde hacer la nota de un secuestro, un “encobijado”, o una balacera. Si bien te va, te tocan accidentes automovilísticos de esos que meten en páginas interiores. Para mi suerte, como era la nueva reportera mi guardia era los sábados. Hablar cada hora a la policía, estar al pendiente de los radios y contactarme con el fotógrafo. Lo más que sucedió fue la cobertura del descubrimiento de un narcotúnel. Aparte de eso, sólo horas de mi vida en la redacción de un periódico, tecleando cada vez más notas, paradójicamente escribiendo cada vez más en mi blog y en mis cuadernos, y preguntándome cómo es que había llegado ahí.
            Después de eso ya no he podido leer un periódico de la misma forma. Lo que hay detrás transforma para mí el significado de esos pedazos de sucesos plasmados en varias planas. A simple vista uno no imagina los milagros que suceden para que el reportero haya conseguido esa declaración o haya investigado ese tema en pocas horas (el azar y el orden cósmico al servicio de una “Nota 1” o, con suerte, de una nota de portada).
            Cuando tenía exactamente 15 días de ser oficialmente reportera, al fotógrafo Sergio Ortiz y a mi, nos mandaron a hacer una nota sobre la vida en Las Memorias, una casa de descanso para personas con VIH, en La Morita. Llegamos, y en la entrada sobre un sillón estaba acostado un hombre delgadísimo, con la piel casi pegada a los huesos y conectado a sueros desde los brazos y la nariz. Se movía trabajosamente, pero entre algunos internos que lo rodeaban y platicaban con él, pude ver que de pronto sonreía. Después de platicar con el director y otras personas que quisieron dar su testimonio, pedí permiso para hablar con ese hombre de la entrada. Me dijeron que sólo era posible si él aceptaba. Minutos después ya estaba sentada frente a su cuerpo recostado, sorprendida, muda, sin saber qué decirle. Entre pausas y tosidas, con voz débil me contó que su familia le dijo que no lo querían volver a ver, cuando se enteraron que estaba enfermo. Ese hombre que estaba ahí, con una forma humana difícil de reconocer, se llamaba José Inés. Dijo que si pudiera ir a algún lugar, le gustaría ir al mar. De pronto sentí que recuperó unos minutos de vida cuando dijo que si pudiera pararse y estuviera fuerte, cocinaría una gran olla con mole para todos sus amigos, los internos.  Esa escena estaba fuera de mis parámetros, no sabía dónde ponerla. Sergio y yo salimos mudos. La nota se publicó y hubo controversia por ella. Yo supe que estaba en el lugar correcto, que de alguna forma eso era lo que correspondía aprender. Aquel día, llegando al periódico, aún antes de escribir la nota, escribí unas líneas. Sin saberlo, también había ido a “reportear” para hacer un poema.

Cuántos árboles
para José Inés

¿Cuántos árboles
habremos
enredados
en cuerpos
palabras
dardos viento?
¿cuántos
moriremos
mañana,
cuántos
sin darnos cuenta
cargamos
un pedazo
que avanza muerto
sobre nuestras raíces?

X
Siempre había algo que aprender. Siempre lo hay.


XI
En Tezoatlán de Segura y Luna, Oaxaca, conocí que la poesía trasciende el lenguaje. Un grupo de poetas fuimos a compartir lo que hacemos y salimos desbordadas de imágenes vivas y regalos. Ahí supe que la poesía también está en las intenciones, en las voces y los actos; que también a veces la poesía toma a las personas y a sus vidas.
Leimos en plazas, en escuelas, en las casas, en cerros y patios. Siempre había un pretexto para seguir. Una tarde me dijeron que al día siguiente iríamos cinco poetas a compartir la mañana con los niños de un kinder. Busqué y no tenía ningún poema que pudiera hacer contacto con ellos. Esa noche escribí este, que años después estaría en las páginas de “Amanecer de viaje”:

Naranjada
Para los niños de Tezoatlán de Segura y Luna,Oaxaca

Tras la montaña
de tu hoja en blanco
veo un sol de gajos naranja
que se exprime con tu risa.

El camino a Tezoatlán
de Segura y Luna se ondula
como si entrara en un durazno tierno.

Hay un niño de colores
como tú
¿de qué color eres?
¿de qué color quieres ser?

Yo quiero verte
blanco como lana de borrego
rojo como granada en pedacitos
azul blanco cielo como las nubes saltarinas
café como tus huaraches
como quieras
pero contento

verás que pronto
con el sol
haremos un gran jugo de naranja.


XII
            Entrevistar a personas que disfrutan de lo que hacen es una de las mejores cosas del periodismo. Sea un artista plástico, un actor de teatro, un escritor, un funcionario público o alguien que se atravesó en la calle, inviariablemente dejan en mí muchas más ganas de seguir. Aprendí que el éxito no tiene nada que ver con ser famoso o reconocido. Personas exitosas he encontrado en los lugares menos pensados: trabajando en una bolería, bailando magistralmente en un escenario, haciendo fila para comprar un Seguro Popular, preparando su exposición de pintura, dando clases en una escuela de Administración o conectado en el Messenger.
            Cubrir la sección cultural en el periódico, me regaló días de mucho placer: casi cuatro años de ver innumerables obras de teatro y danza, ir a presentaciones de libros, conciertos de música clásica o rock, hablar con organizadores y artistas, escribir sobre políticas culturales y manejos de presupuesto cultural. Y de pronto todo eso se filtraba de alguna forma en mis poemas, en mi forma de ver el mundo.

XIII
Si no supiera qué es un oboe, pensaría que es:
a) Un cilindro rodando por una calle empinada. ("Aguas con el oboeee!").
b) Un gancho (al hígado), de esos que aplican los luchadores. ("Mascarita Sagrada aplicó un oboe que le dio la victoria").
c) Una parte de esas misteriosas que se encuentran tras la tapa de un cofre de carro ("Uy, seño, se le cayó una banda al oboeeee").
d) Término médico utilizado por los odontólogos para nombrar a la orillita de los dientes ("Hay una hendedura en la parte oboidal de la muela").
e) Una especie de pinza con la que se sacan los hilos atorados en las máquinas de coser. ("Jalé con el oboe curvo la basurita que estaba junto al motor").
f) Constelación más cercana a la Osa Mayor que tiene el brillo de una supernova ("En la noche guíate por Oboe para orientarte").

XIV
Nunca he hallado cómo escribir mi risa real. La magia es también una forma de ver la realidad, y al mismo tiempo una forma como la realidad nos sorprende de repente. Está presente en el mundo y hace que todo exista, pero estamos tan acostumbrados a que sucedan cosas "normales" que ya no vemos.
Siempre hay más de un plano desde el que podemos interpretar lo que pasa. Puedo quedarme con la apariencia de lo que me rodea, pero al fijarme en los detalles, inevitablemente se hacen notables esos hilos que sostienen al mundo, por decirlo así. Si es que hay una forma de decirlo. Sólo lo imaginas y creas esas otras realidades.
En general lo que escribo parte de un sentimiento físico. Cuando siento eso, sé que puedo escribir fluidamente. Es imaginación y vivencias, todo mezclado. A veces son cosas que surgen por asociación o parto de un hecho y le sigo con lo que me hubiera gustado que sucediera. O llevo al extremo los sucesos, o imagino algo que tal vez no sucederá. Veo alguna escena en la calle y quiero saber qué hay detrás. La calle me encanta, hay muchas historias qué traducir. Todo se vuelve otra cosa, por medio del lenguaje. Escribir es en gran parte confiar. No estoy segura si en lo que confiamos es en la propia magia, pero sí es confiar en algo. Por lo menos en el lenguaje y en que algo puede suceder ahí entre el inicio y el fin. Al final resulta más que la suma de  los ingredientes.
           
XV
            Otra vez quiero que pase rápido el “efecto maleta”. Otra vez preparo una. Esta vez es más ligera que la anterior, aunque con más bufandas y ropa calientita por centí­metro cuadrado. Faltan escasas dos horas para estar documentando equipaje y pienso en qué clima, en qué ropa, en qué libro. Ya son las 3 AM y tengo el sí­ndrome ese de la noche anterior a una salida. Esa tristeza/alegrí­a que me da cada vez que meto cosas a una maleta. Son pocos dí­as, pero una distancia considerable. Son pocos dí­as, pero de igual forma es pensar en lo que viene.
            Hacer una maleta es pensar en forward. Qué voy a necesitar, qué va a suceder. Repasar las posibles actividades de los próximos dí­as para ver qué objetos se le relacionan. Que no falte ninguno. Todos bien enrrolladitos y acomodados. El menor peso posible para mi espalda. Todo eso con esa incertidumbre agridulce que me remite a la primera vez que empaqué para un viaje drástico y que sonaba como definitivo: cuando tení­a 5 años. Recuerdo sacar mis juguetes y ropa de mi closet y ponerlo en cajas para que estuvieran listos para cuando la mudanza llegara. Ninguna vez me he mudado así, de ciudad y vida. No geográficamente. Y sí, muchas veces en otros sentidos.             Salir es ver desde otro ángulo, reacomodar. Siempre hay movimientos, hay cambios,  pero cuando salgo es cuando me doy cuenta de ellos. Es una oportunidad para ver más hacia adentro que hacia afuera. Así­, caminando en cualquier ciudad desconocida, me veo y me (re)conozco.
            Hoy mi extraña relación con las maletas me lleva a elegirla con rueditas. Veremos qué sucede, tras una historia de mochilas viajeras en la espalda. El equipaje también muda de casa.

XVI
            El azar es un animal agazapado.

XVII
            Lo mejor de editar en un periódico es ver las fotos que llegan de las agencias de noticias. Encuadres que cientos de fotógrafos hicieron unas horas antes en muchos paí­ses del mundo, en situaciones de todo tipo. Un concurso de belleza, una escena cotidiana de un centro comercial en Kuwait, lo que queda de un cuerpo tras la explosión de una bomba, manifestaciones en las calles de Cuba, personas transitando por las banquetas de Nueva York, una competencia de natación en Francia, un grupo de polí­ticos reunidos. Una señora sosteniendo a su bebé podrí­a estar en cualquier parte; también una sonrisa o un gesto de tristeza o temor.
            Me gusta creer que soy los ojos de estos fotógrafos. Me sorprende que a veces puedan decir tanto en un sólo cuadro. ¿Qué habría pensado esa señora con su sari antes de ponerse los zapatos esta mañana?
            Mis favoritas son las fotos cotidianas, donde se muestran escenas de un dí­a cualquiera en las calles de cualquier ciudad que tal vez nunca conoceré. O que sí­.
Quiero ir a todas partes. “A todas las que me alcancen, por favor”, digo, mientras saco de la bolsa del pantalón el puño de tiempo-vida que tengo y lo pongo sobre el escritorio.

XVIII
            Un día sentí que ya era tiempo de organizar lo que había estado escribiendo después de “El árbol”. Ya habían pasado varios años y muchas cosas desde entonces. Armé lo que se llamó “Amanecer de viaje”. Amanecer como cualquier inicio; el viaje como cualquier proyecto, como la vida. También el nombre haciendo referencia a la sensación de despertar en un lugar desconocido y desconocer por un instante tu vida. Es como hacer en un segundo un recuento de tí mismo, para recordar quién eres y los motivos por los que estás ahí.  Mandé el poemario a una convocatoria y meses después me avisaron que sí lo seleccionaron. Al poco tiempo ya estaba listo y circulando.
            Mi amanecer de viaje surgió sorpresa de piel fresca, sedimentó en letras agrupadas, en portada amarillarosazulviva. Se ha tornado literal. Me viaja la vida y yo como avioncito de dobleces exactos.

XIX
Una mujer me observa

Al final de la sala
una mano sostiene lo que hay adentro.
Ojos firmes lejanos
como sombra sin fondo
se van yendo.
Bajo las butacas
las palabras no dichas
las que se hacen gigantes
las miradas que se clavan en su cuerpo
transparente.

Se muerde la uña del meñique derecho
y yo la observo.
Su anillo brilla desde aquí
y yo la observo.
Porque me recuerda
a una mujer cercana.
A la que sopla sobre esta pluma
a la que observa la orilla de esta sala.

XX
El miércoles, 19 de abril de 2006 escribí esto en mi blog, que entonces estaba a punto de cumplir cuatro años como un diario en línea, en www.patyboo.blogspot.com

No sé desde cuando la palabra escrita es mi más cotidiana compañía.
La mitad de mi día es por escrito. La mitad de mi trabajo. Hablo más por escrito que en persona. Y con más gusto en la mitad de las veces. Mi mente está más conectada con mis manos y mis ojos que con mi garganta. mi corazón también.
Estoy enamorada a través de palabras escritas. Me es más fácil escribir una carta que improvisar un discurso. Comprendo mejor si leo lo que escucho. Puedo aprender una palabra en otro idioma si sé cómo se escribe. Mi mejor remedio contra todos los males son conjuntos de palabras y silencios escritos en hojas o en el aire o en la lluvia, que finalmente es el lenguaje del cielo.
Una palabra es un puente poroso que deja pasar dentro de sí la vida y la transporta a pesar de distancias y tiempos. Es un paso entre dimensiones y es la forma que mejor conozco para no rendirme. el mejor y más misterioso espejo del mundo.
Mi alegría se mide con vocales y mi tristeza es como una diagonal eterna que no separa nada.

Creo en las palabras ciegamente como en la magia
aunque ahora la gente ya no escriba epitafios en las tumbas de sus muertos.

(A veces también el cuerpo es palabra, y entonces todo brilla)


XX
¿Y si todo fuera regresar y regresar eternamente
ser eco hasta dar con la otra orilla
y luego seguir regresando?


Tijuana, B.C., mayo de 2007.

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