28.10.17

Café a las ocho de la noche

De escribir. De iniciar el año. De tomar la mochila e iniciar este camino. De respirar bosque lluvioso. De crearlo con letras pero también de viajarlo con el cuerpo. De ver que sale el sol sin haber dormido. De que la novedad se convierta en plática y en presencia. De convertir esa canción en realidad. Esa emoción en realidad. De tener mi trinchera de libros. De tener mi trinchera de tiempo para leer esos libros. Detener mi trinchera de tiempo para leerme y leer a las personas. De ser mi canción desde principio al fin. De que llueva y huela a tierra mojada. De materializar aquel cuarto blanco con vista a un lago, el que me salvó en el otro naufragio. De encontrar las frases enredadas en mi garganta. De saber que todavía es tiempo.
Me encontré hoy en el elevador con una que soy yo. Quise decirle más cosas, pero sólo sentí su alegría inmensa y vi su vestido. Le pregunté si iba a una fiesta. Le pregunté eso por sacarle plática, porque sabía exactamente a dónde iba. Sonrió y me dijo que sí. Te ves muy bonita, le dije. Sólo sonrió. Sé bien cómo se siente esa sonrisa, esa prisa por que se abra la puerta. Respiré profundo. No siempre sucede que las líneas se cruzan. Sólo a veces se abren paréntesis en el tiempo.
Desde ese momento cierro los ojos y vuelvo a ver la lluvia. Y huele a bosque y a tierra mojada. Y el verde no termina alrededor. Pensar que siguen existiendo bosques en el mundo y que no estoy en ellos ahora mismo. Pero de alguna forma ese paréntesis también es puente y pasadizo. Y cierro los ojos y sí. Dice google que parpadeamos de 15 a 20 veces por minuto.

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